¿Qué es verdad?
Hola amigos, hoy he decidido subir los peldaños de esta escalera para haceros partícipes de una curiosa revelación.
Veréis, ayer una amiga nos propuso un juego a través de un grupo de whatsap. Nos tuvo todo el día de cabeza buscando algo que tuviera sentido en una imagen.
Las respuestas fueron de lo más curioso y sorprendentemente de lo más diversas.
¡Cuantas cosas podemos llegar a ver!
En realidad cada cual veía cosas que estaban relacionadas con sus propios intereses y con su forma de ver la vida.
Luego yo misma planteé el juego en otro grupo familiar, el caso se repitió. En el grupo familiar disponíamos incluso del escéptico, que simplemente no veía nada y dudaba de que allí hubiese algo. Seguramente nos dejó por imposible, colocándonos en la amplia franja de los crédulos, fantasiosos o jaulas humanas (por lo de pajaritos en la cabeza).
Sin embargo lo verdaderamente revelador de esta historia, a menos a mí me lo parece, es que efectivamente todos estábamos equivocados.
¡Todos!, incluido él.
Os pongo la imagen y con un enlace a la solución para podáis acceder a la solución pinchando encima. Os aconsejo no obstante que no lo hagáis hasta haber indagado un poco y observado detenidamente la primera imagen.
Como os decía, para mí el juego ha resultado ciertamente revelador. Quienes me conocéis ya os imaginaréis que no dejé este juego en una anécdota.
No es la primera vez que reflexiono en este blog sobre la realidad y su relación con nuestra visión de la misma. O de como somos creadores de nuestro propio universo. Pero este simple juego me pareció de lo más gráfico y revelador.
La primera pregunta que vino a mi mente fue ¿cuántas cosas no vemos y cuantas vemos deformadas?
Para Descartes no podíamos fiarnos de la información de nuestros sentidos pues estos nos engañaban. Para él una evidencia no era aquello que podíamos ver, medir o tocar, para él una evidencia era una idea original cuya aparición no podíamos justificar con la información de nuestros sentidos ni con alguna información aprendida con anterioridad. Para Descartes una evidencia era lo que nosotros llamamos una intuición, pues el hecho mismo de la existencia de una idea original en nuestra mente, si no se podía justificar de otro modo, debía tener un motivo. Bueno, quizás es un poco más largo de explicar, pero no quiero detenerme en los fundamentos del llamado racionalismo.
Sin embargo, lo que sí me incitaba este pequeño juego era a preguntarme ¿en qué consiste la realidad?
¿Acaso cuando una mujer está embarazada no siente que de pronto el mundo se ha quedado embarazado?
Cuando alguien se siente inseguro y cree que los vecinos lo critican, ¿acaso no es esa una realidad en su vida? En realidad no importa demasiado si la crítica es real o solo existe en su cabeza, él vive el mismo infierno.
Yendo un poco más allá, cuando conocemos un caso donde un miembro de un matrimonio es engañado por su cónyuge y lo miramos con un sentimiento de conmiseración ¿no seremos nosotros los equivocados? Podemos incluso sentir la desgracia de esa persona si ha muerto sin ser consciente de ese hecho y aseveraremos sin duda “pobrecito, que lástima”.
Sin embargo, lo cierto es que en la realidad de esa persona tal engaño nunca existió y por tanto nunca fue digno de tal pena.
¿Acaso no será más digno de lástima alguien celoso que vea constantemente engaños donde no los hay?
Es cierto que la realidad de los demás puede no darle la razón, pero eso no es relevante en su realidad, el vive el infierno de una persona engañada.
Volviendo de nuevo a Descartes y al segundo nivel de duda cartesiana. La ciencia explica las experiencias cercanas a la muerte o los éxtasis místicos como una reacción a sustancias producidas por el cerebro ante un trauma o falta de oxígeno, pero ¿tiene esto alguna trascendencia sobre la realidad del hecho?, quiero decir, si ni siquiera podemos discernir con claridad si lo que vivimos es un sueño, ¿qué importancia puede tener que otros estimen que ese tipo de experiencias son reales o engaños mentales?, ¿acaso no vivimos en un constante engaño mental?
En definitiva, si para nosotros es real, vamos a vivir esa realidad y poco importa que otros crean que nos estamos engañando, en realidad eso tiene importancia en sus vidas y en su experiencia, no en la nuestra.
Para concluir os contaré una cosa que tal vez también os haga pensar. Quienes soléis seguirme ya sabéis que por alguna razón tengo una extraña propensión a encontrar tréboles de cuatro hojas. La observación escéptica cuenta que existe un trébol de este tipo por cada 10.000 de tres, y yo obviamente hace tiempo que he dilapidado tal estadística. Sin embargo, con todo, no es eso lo que quiero contaros.
Lo que quiero compartir con vosotros es otro hecho no menos sorprendente y que puede venir muy al hilo de lo que acabo de contar. Se trata del hecho de que entre mis grupos de amigos nadie había encontrado nunca uno de estos tréboles de cuatro hojas, a pesar de haberlos buscado con interés. Sin embargo una buena cantidad de ellos, después de haber sido testigos de como yo los encontraba, comenzaron a encontrarlos, o al menos encontrar algunos durante un período de tiempo.
Os aseguro que esto no se puede justificar con un lugar en concreto o un tipo de tréboles con propensión a tal anomalía, se trata de variedades distintas de tréboles que de pronto les han crecido en macetas propias.
Tal vez solo se trata de que yo les había demostrado que “sí era posible”
Tal vez después volvieron a dejar de encontrarlos porque se convencieron a si mismos que se habían dejado llevar por la fantasía y que solo había sido una casualidad. ¿No es eso lo que solemos hacer cuando algo desafía las leyes de la naturaleza?
¿Queréis hacer una prueba? Volved a la imagen anterior ¿a que ahora no podéis dejar de ver la imagen que no erais capaces de encontrar al principio?
- Siempre hay respuesta
- La buena suerte también se contagia