“Crónica de un regreso” o la humilde historia de un vecino de Mairena

Tal vez os preguntéis por qué me empeño en seguir realizando esta “crónica de un regreso”, contando las pequeñas vicisitudes que acontecen en la humilde vida de un vecino más de este pueblo. Pues veréis, él no ha querido nunca otra cosa que formar parte de la historia y la vida de su pueblo, al que adora, y yo, desde esta pequeña ventana que compartimos, voy a hacer todo lo posible para ayudar a que eso se convierta en una realidad, y que su pueblo no lo olvide.

 

Ayer fue un gran día. Llegaste temprano y te llevaron a ver a la Virgen de Consolación de Utrera, porque a ti te gusta la Semana Santa y también la Feria. En realidad a ti te gusta todo lo que sepa a tu tierra. Te hubiese gustado más haber podido ver a tu patrona pero, por ahora, ni aunque hubieses podido venir el mismo día ocho hubiese sido posible tal cosa, pues debías coger el tren de vuelta a las siete y media de la tarde.

Ayer volvimos a reunirnos en torno a ti para pasar un día en familia. Comimos juntos en El Homenaje (gracias a David, a Ramón y a las chicas y chicos del Homenaje por hacernos sentir siempre en casa) y te pediste una gran hamburguesa que te supo a gloria, pues aquella comida ya comenzaba a tener un claro regusto a normalidad.

Bromeaste y enseñaste músculos con sobrinos ya conocidos y otros, como mis hijos, a los que apenas conocías de varias ocasiones transcendentes y cuyo corazón ya conquistaste hasta convertirte en parte de su normalidad.

Después, antes de tomarnos un café juntos para culminar ese bonito día, te dije “primo, súbete al coche que te voy a dar una vuelta por tu pueblo y te voy a llevar a donde tú me digas”.

Y ¡vaya si la dimos!, en mi coche, al que acusaste de chivato unas cuantas de veces porque pitaba cada vez que olvidabas abrocharte el cinturón de seguridad. Fuimos a ver a tu tío Juan Manuel, que te tenía dos paquetes de Ducados (pata negra); luego: ¡Prima, prima, llévame a la Vega!, ¡el Castillo, prima!, ¡vamos al Chorrillo!, ¡a la feria, prima, llévame a la feria! ¡Ohhhh, que grande es la Feria de Mairena, la mejor!….

Al fin nos dirigimos al Lemon, donde terminaríamos la jornada antes de que debieras volver a ese tren que te llevaría de nuevo hasta tu tierra de adopción, no sin antes pasar por la calle Verónica, por tu “casa biológica” como tú llamas. Te dio pena verla tan decadente. Como la historia de la que fue tu vida, tal vez.

Nos tomamos un café (que trabajito cuesta convencerte de que ha de ser sin cafeína).

«»Te vi llegar, Carlos Torres, entraste en la cafetería y mientras volvías a salir intenté averiguar si en el Centro les dejaban ver La Voz o si recordaba tu paso por el programa para pedirte que te hicieras una foto a su lado, pero a veces él responde afirmativamente a algo y luego cambia de tema para hablar de algo totalmente distinto y no llegas a tener muy claro si te entendió siquiera o es su forma de salir de una conversación que no comprende. Así que, ante la duda, te dejé marchar.»»

Todo transcurrió entre anécdotas, risas y animadas charlas, hasta la hora de marcharte. No te apetecía nada despedirte, pero entendiste que también aquello formaba parte de la normalidad recien extrenada y que debías asumir las despedidas como parte de un conjunto que quieres mantener intacto, así que no pusiste resistencia en ello.

Pero al ir a subirte en el coche reconociste a una de tus vecinas, posiblemente de casi tu misma edad, y fuiste a abrazarla con esa espontaneidad que forma parte de ti, tanto como tu propia risa o esa flexibilidad que sería la envidia de cualquier yogui.

El tiempo comenzaba a apremiar y Mari Paz y tu primo José Antonio insistían para que subieras al coche, y ya casi lo habías hecho cuando, en la puerta de la casa de la vecina a la que acababas de saludar, viste aparecer a su madre. Corriste a abrazarla, pero la mujer no te reconoció. A su hija se la comía la pena y quiso avisarte “José Antonio, es que está malita”, pero tú ya te habías dado cuenta, pues en este tiempo he comprendido que entiendes mucho más de lo que los demás imaginan, y comenzaste a llorar al tiempo que le inquirías: «¡Ayyyyy!, pero ¿qué te ha pasado?»

Fue la única nota triste de un gran día, quizás el paréntesis necesario en esta crónica, que nos recuerda que la vida es efímera, como también la dicha y la felicidad lo son, aunque tampoco hay mal que cien años dure. Que debemos recordarlo siempre, que no hay que distraerse en tiempos de dicha ni desesperar en las desgracias. Que a cada día le sobra su afán y a cada paso, “como hiciera aquel famoso rey que, aburrido de tanta lisonja vana, convocó un concurso para premiar el mejor regalo y averiguar los verdaderos valores de sus súbditos”, debiéramos leer el interior del aniño y recordar que “ESTO TAMBIÉN PASARÁ”

A mi primo José Antonio, de quien siempre aprendo algo

Siéntete orgullosa Mairena

 

 

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2 comentarios en «“Crónica de un regreso” o la humilde historia de un vecino de Mairena»

  1. María Dolores Jiménez Morales

    Mercedes no dejes de compartir con nosotros todas las crónicas de unos de los muchos regresos que espero q tu primo tenga a nuestra Mairena. Que gran ejemplo el tuyo y el de tu familia. Me emociona y me alegra. Las personas que tenemos un familar enfermo sabemos valorar lo importante q es el afecto y el cariño q reciben de los demás. No dejéis de hacerlo.Enhorabuena