Descubriendo el mundo de Tamait – Cuarta entrega

Fueron días de tensas y angustiosas reuniones en Candace, las horas más duras que recuerdo.

Los dos sabíamos que el Consejo llevaba razón, todas las pruebas e indicios apuntaban a un desastre sin parangón, a un punto de no retorno.

Nunca, en todas las épocas que llevaba compartiendo destino con Khilayan, al frente del trono desde donde dirigía los designios de la Unión, lo había visto sufrir de ese modo.

Tamait es un planeta muy distinto al nuestro, no tiene la armonía  de los paisajes de Candace, es un mundo de contrastes, donde conviven grandes extensiones desérticas, de tórridas temperaturas, con intrincadas selvas impenetrables o gélidas e interminables extensiones heladas. Y sin embargo tiene una belleza salvaje, hipnótica.

Hace caones que este mundo fue colonizado por unos seres a los que, francamente, me cuesta llamar hermanos, convirtiendo a sus habitantes en marionetas indefensas en sus manos.

No fue una decisión fácil, se habían dado muchas vueltas y puesto sobre la mesa infinidad de propuestas, pero, después de muchos intentos, todo apuntaba a una única solución posible. Era la menos mala para todos, la más razonable. Pero yo conocía a Khilayan, quizás mejor que él mismo, y sabía que jamás se rendiría, no cerraría los ojos abandonando a los habitantes de ese mundo.

No, no lo haría. Lo sabía y lo temía, pero también lo esperaba. No hubiese entendido otra reacción por su parte. Quizás es en ese tipo de conflictos donde reside la grandeza del alma.

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