Esto va de política

Va de política; así he titulado esta entrada. Y es que, en esta ocasión, me vais a permitir que suba los 36 peldaños de esta humilde escalera para hacer una reflexión que se interna directamente en los más profundos fundamentos del sistema político global. Y es que hace ya quizás demasiado tiempo que, en mayor o menor medida, un sinsentido político viene afectando a la totalidad de pueblos que habitamos este maravilloso e incierto punto azul.

En mi humilde opinión, el problema de esta política excluyente, egoísta y maestra del pillaje; alejada, en definitiva, del vivir y sentir del pueblo, está directamente relacionado con un patriarcado recalcitrante que, a fuerza de costumbre, se ha enquistado en la estructura social hasta tal punto, que el común de los mortales ha llegado a creer que tal protuberancia forma parte intrínseca de la misma; olvidado, por tanto, que también existió un tiempo de la madre, un tiempo que, por otra parte, la historia arqueológica relaciona con un periodo de paz y fecundidad.

Cierto es que en nuestros tiempos, sobre todo en los países más desarrollados, intentamos paliar los efectos más nocivos de este sesgo político, promoviendo la mayor participación política de la mujer y una incorporación paritaria en puestos de responsabilidad; pero, a mi entender, los problemas de la sociedad patriarcal no se solventan con una mayor presencia femenina en una estructura concebida, creada y modelada desde una concepción de la realidad, por demás, territorial y belicista.

Hemos olvidado, creo yo, que, dentro del orden natural de la evolución, el hombre fue el cazador y la mujer la que cuidaba del orden comunitario, la nutrición, la organización y administración del grupo. Más tarde, ya en el periodo que podemos contabilizar como histórico, y hasta finalizar la Edad Media, se instauraría un orden social basado en la lucha territorial, donde los hitos temporales comenzaron a medirse y contabilizarse en función de sus guerras.

Lo que pareciera no tener mucho sentido, a mi parecer, es que ya en nuestra época; una época en la que pretendemos aparecer como una sociedad evolucionada, en la que creamos organizaciones mundiales de apoyo internacional y nuestros mandatarios se adhieren en grandes cumbres internacionales para salvar el planeta, sigamos rigiéndonos por instituciones movidas por los mismos criterios territoriales y competitivos que hace cerca de tres milenios.

Para comprender empíricamente lo que intento explicar, no hay más que analizar mínimamente el reparto presupuestario porcentual que se dedica a cada concepto; me atrevo a afirmar, sin temor a errar, que hallaremos que todos y cada uno de los gobiernos dedican a defensa y armamento mucho más que al cuidado de sus ciudadanos (salud, servicios sociales, educación…)

Ya sé que a esto me contestaría cualquier erudito político con un argumento aplastante: debemos tener capacidad armamentística como elemento de persuasión, para poder mantener la paz; porque, en definitiva, no hacemos otra cosa que lo que hacen todos, ya que no hacerlo nos colocaría en una posición de debilidad con respecto al resto. Permítaseme decir que este argumento, sin duda, se encuadra dentro de lo que yo llamaría paradojas sin sentido, una en la que optamos por invertir nuestra energía en la dirección contraria a aquella en la que queremos ir; como si nos empeñásemos en sacar un barco hasta la orilla empujándolo mar a dentro.

Además, todo este cúmulo de situaciones paradógicas, en el transcurso de las cuales invertimos en armas para mantener la paz, o consumimos sin medida, derrochando, para mantener una economía que nos permita sobrevivir, nos empuja al callejón sin salida de la autodestrucción. Porque, no nos engañemos, estamos dilapidando los recursos naturales, enterrando el planeta y sus mares bajo toneladas de basura, envenenando el aire que nos permite vivir, y todo por un puñado de dinero que dejaremos a nuestros hijos para que puedan comprarse mascarillas con las que poder respirar. Estamos llenando nuestra órbita de tanta basura espacial, que igual algún día nos llueven, si no langostas, como en las profecías bíblicas, sí cascotes metálicos como para que no podamos salir del subsuelo sin peligro de ser aplastado (no sé por qué se me viene a la mente la última parte de mi libro «El rescate de Tamait o una historia inacabada», tal vez sea porque no existe fabulación ni aún en la fantasía).

Pero cuando habló de la testosterona en el entramado de poder, no me refiero solo a las instituciones de carácter político; también las religiosas están ancladas, más aún si cabe, en una concepción territorial y belicosa de la realidad y, como consecuencia, jamás podrá existir entre ellas ni convivencia, ni integración, ni enriquecimiento mutuo.

En definitiva, para concluir con mi pequeña disertación, os diré que, en mi opinión, la política debiera feminizarse, tanto estructural como orgánicamente, y esto no tiene relación alguna con que quién se siente en el sillón sea, eventualmente, hombre o mujer, sino con la compresión de que la política debiera ejercer el papel organizador, cuidador, acogedor y conciliador de una madre.

Nos encontramos, en estos momentos, pienso yo, sumidos en una escalada en la que, a falta de verdadera reflexión, nos dedicamos a ir catalogando como anatema enumeraciones diferenciales sin sentido, hasta caer en el absurdo de que creamos que el problema está en la diferencia entre «a» y «o» y decidamos terminar todas las palabras en «e», sin caer en la cuenta de que todos los seres somos diferentes, y que no parece sensato querer que el mulo sea vaca, ni la vaca gallina; que el problema no está en la diferencia sino en la discriminación del diferente en virtud de su diferencia.

 

Pues, en este tiempo donde se prima lo políticamente correcto, aun a riesgo de que la simple osadía de retrotraerme a características diferenciales me coloquen en el limbo del anatema social, me atrevo a recordar que, desde tiempos inmemoriales y hasta no hace mucho, en una familia tipo cualquiera, en tiempos de escasez, lo mejor se servía al padre mientras la madre compartía lo suyo para que, antes que ella, comieran sus hijos.

Tal vez es ahí donde debiéramos fijar la mirada para descubrir por qué la política no deja de ser un juego de monopoli a gran escala, donde solo importa el quítate tú para ponerme yo, o conseguir llegar el primero a cualquier precio para, una vez allí, olvidarnos de la verdadera razón que nos llevó a correr hacia el lugar al que llegamos; pues, como diría Aristóteles, el final es en sí el principio, pues la generación de todo movimiento se sustenta en la finalidad del mismo.

Buen día y buen camino.

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2 comentarios en «Esto va de política»

  1. Marissa

    Tristemente, las mujeres que nos representan, no estan por su saber hacer, estan por que son más machistas que los hombres, siguen el patrón estipulado