Hasta siempre amiga

Hasta siempre amiga.

No hace mucho estuvimos comiendo juntas, fue la última vez que te vi tan lúcida. Llegamos y mientras los Rafaeles de la familia, tu marido, tu hijo y el mío salían a comprar “pescaíto frito”, María y yo nos quedábamos a tu lado.

Estabas dormida y tenías los rulos puestos, Rafael te los había colocado porque quería que estuvieras guapa.

No pasarían más de diez minutos antes de que te despertaras. Al principio, un poco aturdida, confundiste a María con mi cuñada Alicia y le preguntaste por ella misma. Luego, poco a poco, fuiste cogiendo consciencia de esta realidad y con los ojos cargados de emoción le repetías “¡ay mi niña, mi niña, mi niña!”. Supongo que cuando se anda entre dos orillas cuesta centrarse en cada una.

Pasados esos primeros instantes, tuviste uno de los ratos más lúcidos que te recuerdo en mucho tiempo. Supongo que consciente ya de algún modo de tu partida, quisiste hacer un repaso de tu vida y de tus recuerdos más queridos. Quizás aprovechaste que yo estaba allí para que una vez más, como tantas otras, hiciera de secretaria para ti.

Nos contaste que en los últimos tiempos te veías como una Ava Gardner. Una vieja estrella con demasiado maquillaje y que quizás esa había sido tu asignatura pendiente. Que habías hecho algunas cosas y dejado de hacer otras, pero que cuando echabas la vista atrás sentías que habías sido feliz. Que estabas orgullosa de tu papel como madre y como abuela. Que habías tenido una vida errante y un tanto bohemia, pero muy bonita. Que tenías dos hijos de los que te sentías muy orgullosa y que te llevabas algunos recuerdos imborrables en tu corazón.

El primero y uno de los más especiales, quizás porque sentiste por primera vez que aún se podía amar más de lo que nunca habías llegado a imaginar, fue el nacimiento de tu nieto Rafael.

El segundo el de María, tan artista y tan guapa que no podías evitar ver reflejada en su rostro tu propia imagen, pues ha sido ella quien ha heredado tu sensibilidad y tu pasión por el teatro.

La tercera, el nacimiento de Marta, tan vital y tan parecida al amor de tu vida. Imprudente hasta en el nacer. ¡Cuánto miedo pasamos cuando creímos que el cielo nos la arrebataba!

Y el último y el más especial, el nacimiento de Marco, y ese regalo que te hizo tu nuera Maribel permitiéndote asistir a su alumbramiento. Un instante mágico que pocas abuelas tienen el privilegio de poder contemplar. ¡Tan menuda y frágil que parecía y tan fuerte y valiente como fue! me dijiste.

Recordaste también tus tardías y grandes obras. Ese que fue tu momento estelar como actriz encarnando a doña Rosita, en la obra de Lorca doña Rosita la soltera. Nos confesaste que aún recordabas cada frase, cada giro, cada gesto.

Y por fin,  para concluir lo que terminó convirtiéndose en una suerte de testamento vital, nos legaste tus poemas. Me miraste, sonreíste y con ese gesto tan tuyo, como haciendo una ofrenda, me dijiste «Ahí están para quien quiera cogerlos, yo creo que darían para un libro».

Luego te dije: Encarni, ¿te sientas y te peino y cuando lleguen los chicos te ven guapa? Te pareció buena idea y te incorporaste con trabajo. María se ilusionó con la idea de que, tal vez, si sacaba tus pinturas con la excusa de que quería usarlas, te animarías a maquillarte un poco y te preguntó donde las guardabas. Le indicaste tu escondite y corrió a sacarlas, pero tú ya no tenías ganas de pintar tus ojos ni tus labios, ¡con lo que siempre te gustó llevarlos de rojo!

Luego llegaron ellos, cargando los cartuchos humeantes, y comimos entre anécdotas y chascarrillos. Intercambiaste algunos comentarios, pero tus fuerzas no daban para más, ya habías perdido buena parte de aquella presencia y lucidez.

Antes de venirnos, pediste que te llevaran a la cama, estabas cansada. Mientras lo hacían yo me acerqué a la ventada del salón, a esa maceta que siempre tienes llena de tréboles, y encontré uno enorme de cuatro hojas. Te lo enseñé y te dije -¡mira Encarni! ¿sabes qué es?, ¿sabías que lo tenías ahí?- Asombrada me contestaste -¡Nooo!

Me despedí de ti diciéndote –si es que tenía que venir yo a encontrarlo para tí-. Por un instante, pese al cansancio, se iluminaron tus ojos con una sonrisa cómplice, como antaño, cuando compartíamos confidencias y descubrimientos con nuestra buena amiga Isabel, ¿lo recuerdas?

El 14 de noviembre fue el cumpleaños del que ha sido el amor de tu vida. El que estuvo a tu lado, te cuidó y mimó hasta el último instante de tu existencia. El que siempre te vio la más bella de las mujeres, como si no hubiesen pasado 50 años desde que os encontrasteis delante de un altar para daros el “sí quiero”. Fue un cumpleaños difícil, no quería que lo felicitaran, decía que eso no era importante.

Y, como en tantas otras ocasiones, el cielo también quiso estar presente en este último tramo de tu camino, para hacerte uno de esos guiños que siempre nos emocionaba descibrir. Un día antes de tu partida, tus compañeros de teatro te ofrecieron un homenaje, y el patio de butacas al completo se levantó a ofrecerte una gran ovación, como si quisiera recordarte que había llegado el momento de bajar el telón. No podía ser de otro modo, como una vieja estrella tenías que despedirte entre bambalinas y aplausos.

Últimamente decías con frecuencia que te querías marchar, que estabas cansada. Este último tramo del camino resultó demasiado escarpado para tus delicadas maneras. Ese día, entre confidencias, supe que tú ya habías decidido partir y que habías querido dejarme dos encargos: El de realizar esta crónica y el de publicar tus poemas.

Te entendí amiga, te entendí.

Buen viaje y hasta siempre.

 

La dama blanca

Abro la ventana para que entre el aire

para que el sol dé en la cama

cuando cae la noche la cierro

para que la noche no entre y humedezca mi cama

 

La oscuridad me asusta, no me gusta que se acueste conmigo

no me gusta que me sorprenda dormida

quiero estar despierta para verle la cara

si es que acaso la tiene, o tal vez se disfraza de dama blanca

 

Son sus vestiduras como el viento

pasa sobre mi cama, no le tengo miedo

ella lo sabe, pero yo quiero verle la cara

 

Quiero estar despierta, no me dormiré hasta que la vea

cuando llegue a mi cama dejaré la ventana cerrada

para que no entre por ella, si al pasar viera mi cama

 

Los brazos de mi amor me protegen, no dejará que me lleve

te voy a pedir un favor, bella dama

si vienes por alguno, llévame a mí, estoy preparada

soy egoísta, no quiero pasar por el dolor de su ausencia en mi cama

 

Me pondré guapa para ir contigo

te mereces ir acompañada de una bella dama

que te dé la mano, que no te tenga miedo

amiga blanca, ven cuando quieras, estoy preparada

 

Encarni, 21 de enero de 2005

 

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Un pensamiento sobre “Hasta siempre amiga

  1. Alicia

    ¡Cuántos recuerdos! Imposible recordarla sin Rafael a su lado, o a Rafael sin ella.
    Ya lo hablábamos estos días, hermana, eso sí ha sido una verdadera historia de amor, de admiración y de devoción mutua…hasta el final.
    No puedo evitar emocionarme al recordarla, tan delicada, tan dulce con todos los que la rodeaban, tan cariñosa con los suyos.
    Está en el corazón de muchos de nosotros. Y a Rafael, puro amor, quién no se va de mi pensamiento ni un solo momento. Os quiero.