Historia de un amor adolescente

Amigos, hoy me acerco a estos peldaños para compartir con vosotros algo atípico en esta ventana.
He de aclarar que esta no pretende ser una historia de buenos y malos, en cualquier caso, simplemente las memorias de alguien que formó parte de mi propia aventura vital.
Esta crónica tiene un determinado sesgo, simplemente porque así fue y así debe ser contada. No hay ánimo alguno de juicio en mí, más bien quizás el intento de comprender la dificultad para mantener el alma íntegra cuando la vida resquebraja y retira cualquier pilar o sustento.
Esta es la historia de alguien muy significativo en mi vida, pero soy perfectamente consciente de que, por desgracia, no es más que una de tantas historias. La vida me ha enseñado que no está compuesta de blancos y negros, que en todos lados hay hombres buenos y malos y que la diferencia entre ellos en cada momento, seguramente solo consista en el desmedido poder que se llega a dejar en sus manos; tanto como para que puedan creerse dueños de alguna verdad, en un mundo donde seguramente la verdad, si existe, no está al alcance de ninguno de los seres que poblamos el planeta.
Hoy comparto con vosotros esta historia porque historias como estas pueden estar viviéndose en estos momentos en otros lugares a lo largo y ancho de nuestro pequeño mundo, y porque creo que si no somos capaces de comprender y conmovernos cuando nos encontramos con algo así, sin importar quien la vivió o a que franja de población pertenecía, entonces nos queda mucho camino por delante para llegar a ser humanos.

Historia de un amor adolescente

La historia de María, es la historia de una adolescente de apenas dieciséis años, pequeña y menuda pero bonita y desde luego con mucho carácter, tanto que hizo bueno el dicho de “genio y figura hasta la sepultura”.
Ella tenía dieciséis años, él diecisiete. Sebastián era un chico guapo, rebelde y algo descarado. Militaba en la izquierda española de antes de la guerra civil, cosa de poca monta, apenas unas manifestaciones en la plaza del pueblo reivindicando alguna que otra cosa a nivel local.
Ésta también es una historia de valentía y de incomprensiones. Una de esas historias  que, sobre todo en los tiempos que transcurre la  nuestra, podían marcar hondamente la vida de una chica adolescente.
Porque María se quedó embarazada cuando quizás aún no había cumplido los diecisiete y, aunque aquel chico reconoció enseguida su paternidad, nunca llegó a casarse con ella.
Así que María fue madre soltera con apenas diecisiete años en aquella España del 34 y continuó viviendo en la casa paterna.
Un 18 de julio de 1936 se declaró la guerra civil española. Apenas cuatro meses después, en noviembre de ese mismo año, apresaron a Sebastián.
Seguramente quedaría más heroico contar que aquel chico estaba en el frente defendiendo el orden constitucional de su país cuando lo apresaron, pero la verdad no fue esa. En la España del 36 las historias rara vez eran tan épicas. Aunque quizás eso y la imposibilidad para comprenderlas las hacían, si cabe, mucho más duras. Porque la verdad de muchas historias de esa época estaba plagada de rencillas no resueltas, envidias, rencores guardados con inquina y, sobre todo, venganzas vestidas con los ropajes de un supuesto y recientemente implantado patriotismo, donde la patria era patrimonio solo de unos pocos.
A Sebastián simplemente lo fueron a buscar a su casa cuando dormía, a él y a otros muchos. Seguramente como consecuencia de la denuncia de algún otro vecino con el que hasta ese día compartían convivencia, en lo que entonces solo era un pequeño pueblo donde todos se conocían.
Una noche, como decía, ciertas patrullas recorrieron las calles de Mairena y fueron entrando en determinadas casas para llevarse a algunos de sus habitantes a una terrible e incierta excursión.
Para entonces María tenía diecinueve y su pequeña solo dos. Esta niña, hoy en su vejez, cuenta que no recuerda de aquel tiempo más que por lo que le conto su madre. Le decía que su padre estuvo apenas dos días en la cárcel de Mairena, allá donde hoy se levanta la ermita del Cristo de la Cárcel. Luego, un día, lo metieron junto con sus amigos y compañeros en un camión, -como si de ganado se tratara-, y los llevaron a una comisaría que existía en la calle Trajano de Sevilla.
Tampoco ahí estarían mucho tiempo, otro par de días tal vez. Luego, a la mayoría, en realidad a todos menos a uno de ellos que aún no había cumplido los dieciocho, fueron enviados al que llamaban “El barco carbonero”. Un barco reconvertido en prisión, que permanecía fondeado en el puerto de Sevilla.
No eran precisamente tiempos de bonanza e ir a Sevilla suponía un gran esfuerzo para gente tan humilde como María. Además, al parecer, en el mencionado barco no alimentaban a los presos o, si lo hacían, era de una forma más que deficiente. Así que los familiares iban cuando podían y, a través de la guardia de soldados que custodiaban el barco, les hacían llegar los pocos alimentos que conseguían reunir.
María iba cada quince días aproximadamente ya que sus pocos recursos no le daban para coger el autobús y llevar algo de comida con más frecuencia. Iba, pero nunca pudo volver a ver a su amor. En el exterior del barco siempre había una multitud de gente en su misma situación intentando acercarse para poder ver, aunque fuera de lejos, a su familiar preso. Delante de ellos, una guardia constante de soldados que no les permitían acercarse.
Al parecer solo hacían alguna excepción con los niños pequeños. Así que, aunque a ella no le permitieron volver a ver a Sebastián, los soldados cogían a la pequeña María Luisa e iban pasándosela de unos a otros hasta acercarla para que su padre pudiera verla.
Pero un día tomaron aquel autobús para llegar junto al barco y escuchar de boca de los soldados que los presos que buscaban ya no estaban allí, que se los habían llevado.
No hubo más explicaciones, nadie tuvo la misericordia de decirle a María si Sebastián estaba vivo o muerto, si lo habían trasladado o lo habían fusilado.
A veces intento imaginarme cómo debió sentirse, pero no creo que llegue a entenderlo jamás.
Pero la vida sigue, no se detiene, jamás se detiene, y esta no fue una excepción.
Antonio era hermano de Sebastián, el menor de seis: dos mayores, Pedro y otro cuyo nombre no he logrado averiguar, pero al que todos llamaban “El Nene”, de los que en ese entonces se llamaban niños cuneros, o lo que es lo mismo, recogidos de la Casa Cuna de Sevilla; y cuatro de su madre, Aquilina: José, Sebastián, Elvira y Antonio.
Antonio era cuatro años menor que Sebastián, no era tan buen mozo ni tenía ese punto rebelde, tampoco estaba interesado en la política. Antonio era básicamente un hombre bueno. Pero tuvo la mala fortuna de que la guerra le cogiera en edad de hacer el servicio militar.
Cuando las tropas de Franco conquistaron Andalucía lo llamaron a filas y, bajo amenaza de ser acusado de desertor y fusilado por ello, lo mandaron a luchar a la batalla del Ebro.
Cuatro años estuvo sirviendo en filas. A a su vuelta su hermano ya hacía varios que había desaparecido y, aunque nunca hubo ningún informe al respecto, le habían dado por muerto.
Él nunca superó la pena ni el sentimiento de culpa de haber estado luchando en lo que se dio en llamar el bando nacional mientras estos mismos se habían llevado, y tal vez fusilado, a su hermano. Lo sé porque siempre que me lo contaba terminaba llorando.
Como decía, a la vuelta comenzó a visitar a María y a su pequeña María Luisa para procurarles ayuda, decía que no quería dejarlas desamparadas. De éste modo comenzó una relación que culminaría, esta vez sí, en boda unos años más tarde. Por lo que yo sé o he podido intuir, Antonio se enamoró de María, aunque sospecho que ella nunca superó su perdida y aceptó la relación más por agradecimiento y supervivencia que por verdadero amor.
Cuando Antonio y María se casaron, María Luisa tenía nueve años, habían pasado siete desde que se llevaran a su padre, aunque cuenta que Antonio siempre la trató como a su hija y que jamás sintió diferencia alguna con sus hermanas. Salud, mi madre, nació al año de la boda, y cinco años después nacería la más pequeña, Dolores.
María trabajó limpiando casas toda su vida, se iba a las ocho de la mañana y volvía a las once de la noche. Dejaba a sus tres hijas en casa, cada una de las mayores encargadas de una tarea, entre las que se encontraba cuidar a la pequeña Dolores.
A veces hacía alguna hora de más para poder dar de comer a alguna de las niñas, a la que se llevaba ese día con ella. Fueron años difíciles.
Jamás la conocí sin luto y nunca la vi reír, supongo que no soy capaz de imaginar lo que debieron suponer para ella aquellas vivencias a una edad tan temprana. Seguramente algo se rompió para siempre en su corazón durante aquellos meses de finales del 36 y principios del 37.
Pasaron los años y nuestro país fue cambiando al tiempo que el mundo también se transformaba. Pero mama María, que así es como llamamos siempre a mi abuela, nunca supo si el padre de su hija mayor y su primer y seguramente único amor había muerto durante aquellos nefastos días. Simplemente se adaptó, como casi todos, a la cotidianeidad y fue dejando pasar los días y los años.
Sus hijas se casaron y fueron haciendo su vida. El tiempo pasó y si no curó al menos encalleció las heridas.
Durante la década de los noventa, no recuerdo el año, siendo yo Concejal en el Ayuntamiento, derrumbaron los antiguos Juzgados que se encontraban en la calle Trianilla, frente al mercado de abastos. Domingo era un chico, adicto a la drogas que luchaba contra su adicción intentando mantenerse ocupado. Para ello, y aunque era comunista de los de bufanda con retrato del Ché, recorría las hermandades de Mairena para que le entregaran los carteles que él se encargaría de repartir por los comercios de Mairena. Domingo andaba siempre recorriendo las calles y a diario visitaba el Ayuntamiento y sus dependencias, por si también allí encontraba algún quehacer del que pudiera ocuparse.
Fue él quien rondando las obras de los antiguos Juzgados se hizo con unos papeles que dormían en alguna caja escondida entre sus archivos. Uno de esos papeles contenía una lista, la lista de hombres fusilados durante los primeros meses del 37, en esa lista aparecía el nombre de Sebastián Jiménez Mateos.
Yo me llevaba muy bien con Domingo. Él solía contarme su historia, era un tipo inteligente y muy consciente del daño que se había infringido a sí mismo, pero no mucha gente se entretenía en escucharlo. Fue él quien me entregó la lista donde pude leer el nombre de mi tío abuelo.
Me apresuré a sacarle copias para entregárselas a mi abuela y a mi madre. Recuerdo que mi abuela lloró, fue la única vez que la vi llorar. Aunque jamás la conocí como una mujer cariñosa, algo cambió ese día en su carácter, se suavizó un poco, tal vez. Si, tal vez, quizás solo necesitaba saber al fin lo que había ocurrido durante aquellos meses que para ella fueron un infierno de dolor e incertidumbre.

Pero el destino gusta de poner sus broches, y en esta ocasión así lo hizo. Porque aquella fecha que marcó toda su existencia, ese 18 de julio,  la seguirías hasta su final. Pues sería otro 18 de julio, está vez de 2008, cuando ese destino pondría punto y final al peregrinar de María por este mundo, setenta y dos años más tarde.

En está ocasión, sin embargo, el destino sería misericorde con la protagonista de esta historia y permitiría que partiera rumbo a otras dimensiones mientras dormía plácidamente. Espero que el universo le haya deparado destinos mas dulces.

Homenaje a mama María, al amor de una adolescente durante el infierno de la guerra.

El video es de una adaptación teatral representada en el Encuentro Internacional de Teatro  EMERGENTES 5, en 2019, donde mi hija María da vida a su bisabuela.

Tengo que agradecerle a mi tía María Luisa que ha sido la voz de la memoria, así como a mis padres que han ido rellenando los huecos que el tiempo había ido dejando en sus recuerdos.

Abuela-SebastianAbuelos

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14 comentarios en «Historia de un amor adolescente»

  1. Maria

    Que triste, cuántas desgracias en todas las familias. Esperemos no volver a repetir. Yo también se de muchas historias sobre nuestra Guerra Civil, se cometieron muchas barbaridades tanto de un bando como de otro. Ojalá sirva para que no volvamos a cometer el mismo error.

    1. Mercedes Rodríguez Autor

      Sí, ojalá algún día lleguemos a comprender que lo que golpea a uno hiere a todos. Ojalá.
      Un abrazo.

  2. Isabel

    Todo fue muy doloroso..dolor que hoy quizas no podamos entender.
    Lo mismo le paso a mi abuela…ya tenian todo para casarse y mi madre en camino..pero desaparecio y dijeron que.habia muerto en un campo de concentracion en madrid..
    La.aldea donde vivian en Galicia eran muchos km…nunca mas se supo.
    Mi abuela jamas se caso..ni mas hijos..cuando llego su final en su lecho de muerte no hacia mas que recordarle.Incluso antes de morir me dijo que su amor habia estado a los pies de su cama…en un sueño..

    1. Mercedes Rodríguez Autor

      No creas que no lo pensé, pero fue tan intenso que no sé si estoy emocionalmente preparada para embarcarme en algo así.
      De momento me conformo con que sirva de homenaje.
      Un abrazo

  3. Almudena

    ¿Porqué ver sólo el lado triste? Ella amó y él la amó. Lo único importante.
    Lo que hubo en medio solo fue tiempo. El tiempo terrenal.
    Y ya están juntos otra vez.

    1. Mercedes Rodríguez Autor

      Cierto, hay muchas formas de ver las cosas y muchos puntos donde enfocar, aunqie estaría bien que aprendiésemos a evitar las distorsiones.

  4. Inma morales

    Me llego mucho la historia. Siempre las cosas conspiran para q hallemos de una u otra forma la respuesta q nos reconforta o q al menos nos de paz aunque a veces por desgracia tarde mucho tiempo y la incertidumbre nos acarrea sufrimiento. Supongo q para ella fue un descanso saber lo q en el fondo sabia pero hasta ese momento no tuvo certeza. Simplemente una gran historia de amor … q descanse en paz.

    1. Mercedes Rodríguez Autor

      Sí, es cierto. Creo que todo tiene un sentido y, quizás la historia de mi abuela me ha enseñado, en primer lugar a no juzgar, que sabré yo del universo interior de nadie, y en segundo lugar a intentar vivir el presente, porque nunca sabes cuando puedes arrepentirte de no haber estado más presente.
      Un abrazo.