Hoy es el cumpleaños de mi hidalgo caballero

Hoy es el cumpleaños de mi hidalgo caballero, hoy cumple años mi hijo Rafael; felicidades corazón.
Tal vez os preguntéis el porqué de tan extraño título. Lo cierto es que siempre lo vi un poco de esta forma, una especie de Don Quijote adaptado al siglo XXI.

Llegaste a nuestras vidas hace 18 años, un 2 de junio de 1999, cuando pasaban diez minutos de las tres de la tarde. Tu parto fue complicado; recuerdo que lo primero que te dije cuando te colocaron sobre mi pecho fue «¡Ay, hijo, que trabajito nos ha costado! Me parece mentira que hoy ya seas mayor de edad, aunque lo cierto es que siempre has sido tan maduro que hace tiempo que lo tengo asumido. Bromeaba, hace poco, con alguien especial para ti diciendo, «es como Eduar Cullen, pero en guapo».
Nunca fuiste un niño muy convencional, desde que naciste. No querías que te arrullaran, y cuando lo hacíamos te envarabas, quizás en un intento por reivindicar tu independencia. Recuerdo cuando, aún estando en el hospital, pues nuestra estancia se prolongó algo más de lo esperado, la gente que nos visitaban te hacían carantoñas, hasta que, disuadidos por tu expresión, terminaban dándose por vencidos. Y es que tú los mirabas como intentando averiguar de qué extraño desequilibrio mental podían ser síntomas aquellos gestos exagerados y sonidos inconexos cuyo sentido no acababas de entender.
Pronto mostraste una capacidad intelectual poco común. Te encantaba hacer puzzles. Aun recuerdo cuando me gasté casi sesenta euros en una buena colección de ellos y regresé a casa entusiasmada, porque creía que ya tendrías suficientes para entretenerte una buena temporada, solo para descubrir que los habías hecho todos antes de que yo terminara de preparar la comida.
O cuando, con poco más de dos años, te leía los libros de Barrio Sésamo para dormir, y, un día, mientras organizaba los pañales para meterte en la cama, escuché como parecías estar leyendo uno de ellos. Cuando me tumbé a tu lado para leerte, como cada noche, decidí callarme para averiguar que hacías, entonces tú continuaste el texto como si estuvieses leyendo; textualmente, palabra por palabra. Pasé la página y seguías «leyendo», y así hasta el final, eran 15 páginas con 12 renglones cada una de ellas.
Recuerdo que cuando bajé y le pregunté a tu tía Alicia (profesora de educación especial), que si aquello era normal, se echó a reír. Así que subimos y le demostré que no estaba exagerando en absoluto. Entonces recordé que antes que ese, había estado leyéndote otro y quise comprobar si aquél también lo sabías de memoria. El resultado fue que nos contaste ese y otros ocho más. En total te sabías 10 libros de memoria. A tu padre le gustaba gastar la broma de darte un libro y hacer creer a nuestros amigos que sabías leer, luego aclaraba que no leías, que solo los sabías de memoria, lo que no resultaba menos impresionante.
Siempre me sorprendías con preguntas, que tu padre no sabía como contestar y yo contestaba como si estuviese hablando a un adulto, con la consiguiente expresión de asombro y extrañeza de tu padre. Un día ibas en el coche y mirabas ensimismado a través de la ventanilla, tendrías unos cuatro años, y de pronto me urgiste “mama ¿el tiempo no se acaba nunca? Tu padre me miró, yo lo miré a él y te respondí “pues verás hijo, dado que el tiempo no existe, que no es más que un concepto humano para definir la forma en la que experimentamos los acontecimientos, supongo que no, que el tiempo no se acaba nunca”. Podrás entender la expresión de perplejidad de tu padre, que no pudo más que espetarme “¿pero tú te das cuenta de lo que le has contestado?”, a lo que yo no tuve más remedio que contestar “sí, a ver listo ¿y que le hubieses contestado tú?
Pero tú, sobre todo, eres un gran tipo; honesto, valiente, generoso y con una gran personalidad. Jamás seguiste ni te preocupó moda alguna, ni en la música ni en la ropa. Un chico con conciencia, solidario y, en algunos aspectos, un calco de tu padre, muy, muy generoso.
Recuerdo cuando tenías apenas seis o siete añitos y tu hermana, que siempre fue más polvorilla, te chinchaba con frecuencia. Un día llegué del trabajo con una pequeña cajita con tres bombones en su interior que nos había obsequiado alguna firma de papel o algún Procurador, de los que publican habitualmente en mi trabajo. Ese día María se había enfadado y te había roto, a posta, un juguete que a ti te gustaba mucho. Yo le regañé y le dije “¿sabes qué?, que ahora tú te quedas sin bombón”, y te acerqué a ti la cajita para que tomaras uno (en realidad María apenas hubiese dado un mordisquito y lo hubiese dejado, pero a ti te pirraban los bombones). Aún recuerdo cuando acercaste tu manita para cogerlo y te detuviste a medio camino para mirarme muy serio y decirme “No, mamá, cuando pueda comerlo también mi hermana”.
Sin embargo en otros rasgos de tu personalidad me reconozco a mí misma. Mi madre me contaba que cuando solo tenía tres añitos, y muchas afecciones de garganta, me colocaba una cestita en el brazo con las inyecciones que debía ponerme y yo solita me iba desde la calle Olivos, donde vivíamos, hasta la casa del practicante Diego «Puyas», junto a la Iglesia parroquial, para que este me pusiera la inyección; y que Diego, cuando me veía llegar, me hacía una fiesta tremenda.
Tú eres un chico muy, muy valiente. Pero no solo eres valiente, eres tan considerado con quienes te rodean, que incluso cuando tienes miedo priorizas las emociones de quienes te acompañan. Eso sí, es fácil saber cuando estas asustado, porque hablas sin parar y no dejas decir nada ni a los médicos.
No podré olvidar jamás, cuando tenías unos doce años, y fuimos a dar un paseo en bicicleta a la Vía Verde de Coripe. Solíamos ir con frecuencia con nuestra autocaravana, y pasar un par de días en compañía del amigo Juan Ramón, pero en aquella ocasión nos encontramos con que él ya no estaba en el restaurante de La Estación. Habíamos hecho la ruta en bici hasta el Peñón de Zaframagón y a la vuelta, como aun era temprano, tanto tú como tu padre quisisteis pasear un poco más, acercándoos hasta el chaparro, mientras María y yo nos arreglábamos para comer en el restaurante. Tu padre me contó luego que, a la vuelta del chaparro, en una bajada pronunciada, te advirtió para que fueras picando freno poco a poco, pero tú, al parecer habías querido coger velocidad para aprovechar la inercia en la subida. Sin embargo ese día habíamos pensado que tu bici te quedaba pequeña y habíamos alquilado una con frenos de disco, y al llegar al final de la bajada y picar frenos salistes disparado. Te raspaste brazo, pecho, hombro y cara, y te hiciste una herida muy considerable en la cadera (se podían ver los tendones y tuviste que soportar curas muy dolorosas durante dos meses). Pero lo que más asustó a tu padre, fue que al levantarte le preguntaste si tenías los ojos abiertos, aunque luego, poco a poco, comenzaste a ver luces y recuperaste la visión normal. Pero jamás olvidaré como hacías chanzas y tranquilizabas a tu padre, al tiempo que soportabas estoicamente que te limpiáramos las heridas. Parecía que aquello no iba contigo, hasta que, cuando ya nos volvíamos en la autocaravana y tu consideraste que tu padre ya no estaba solo, que estaba arropado por mí, y, solo entonces, te permitiste dar rienda suelta a tus emociones y comenzaste a llorar con mucha congoja. Te pregunté, ¿Rafael, que te pasa cariño? y tú me miraste a los ojos y, entre pucheros, me confesaste que habías pasado mucho miedo y que aún estabas muy asustado.
A ti jamás ha habido que explicarte que tenías que respetar a los demás, que debías compartir tus juguetes e incluso tu merienda, ni que no hay diferencias entre niños y niñas o entre hombres y mujeres. Tú parecías venir con todos esos valores de fábrica, y en más de una ocasión te he escuchado indignarte ante un comentario machista, homófono, racista o xenófobo y calificarlo de gilipollez.
Hace tres días te graduaste. Te observaba junto a tus compañeros, radiante, con una gran sonrisa, y tan guapo, ¡guapísimo!. Ya pronto comenzará tu andadura universitaria, una nueva época y toda una aventura en tu vida.
Yo solo puedo decirte, que sé que clase de persona eres, que el mundo es un poco mejor porque tú estás en él y que no puedo estar más orgullosa de ti.
Solo me queda pedirte un favor, ¡sé inmensamente feliz!
Te quiero mi caballero valiente.

Si te gusta compártelo:Share on twitter
Twitter
Share on facebook
Facebook
Share on google
Google
Etiquetado en:, ,

2 comentarios en «Hoy es el cumpleaños de mi hidalgo caballero»

  1. Almudena Pérez

    Para Rafael:
    Dicen que hay seres especiales que deciden venir a la Tierra a echar una mano a este revoltijo que tenemos montado. No tengo ninguna duda que tú y tu familia, formáis parte de esos seres que hacen la vida más fácil. Tú eres una persona imprescindible para mí. Te quiero.
    Mucha felicidad
    Almu

    1. Mercedes Rodríguez Autor

      Gracias corazón.
      Tú eres alguien imprescindible en nuestras vidas, por eso montamos toda una peli surrealista para poder encontrarnos en Egipto.
      Te queremos.