Tras la apariencia de lo real

Hoy quiero subir estos peldaños para reflexionar con vosotros sobre lo que creemos conocer y lo que realmente sabemos; en definitiva, de lo que hay tras la apariencia de lo real.

Esta, y todos los que soláis leerme lo sabéis, ha sido siempre mi gran obsesión, intentar averiguar los diferentes misterios que esconde esta realidad e intentar contestar todas esas preguntas sin respuestas o al menos rascar en su superficie todo lo posible.

Ya en 1905 un tal Albert Einstein nos vapuleo diciéndonos que el tiempo no era el mismo para todos y que esas manecillas que nos anclaban a la tierra, en realidad no eran más que artefactos que nos mostraban poco menos que una ilusión.

Pero esto no era más que la punta del iceberg. Después no enteramos de que la gravedad, esa fuerza que nos mantiene en equilibrio en este universo, no es tan conocida como creíamos y que su funcionamiento no estaba tan determinado como suponíamos; una fuerza que mantiene el cosmos en equilibrio pero que es tan débil como para que pueda ser desafiada con el movimiento de uno solo de tus dedos ¿cómo es posible? Esta pregunta se convierte en uno de los motivos por las que los físicos de la última centuria han planteado la necesidad de una realidad en once dimensiones, entre otras cosas.

En fin, que no todo está tan claro ni es tan seguro como suponíamos y que cuanto más indagas más te acuerdas de Sócrates en esa sentencia que pasaría a la historia en alguno de los diálogos de Platón «solo sé que no sé nada»; con ella mostraba su alivio al comprender que siendo consciente de su ignorancia ya era más sabio que la mayoría, que creía saber algo y hasta eso ignoraban.

Pues ¿qué tal si os digo que, según las consecuencias filosóficas de la nueva física de partículas estaríamos más cerca de poder demostrar la factibilidad de una vida eterna que de un tiempo lineal y diacrónico, donde el pasado no vuelve y futuro que no existe? Os parece una locura ¿verdad? Bien, pues acepto el desafío de intentar demostrar el dislate.

Resulta que la observación del mundo subatómico llevó a Werner Heisenberg a postular que no era posible medir la velocidad y el momento de una partícula al mismo tiempo, pues la medición colapsaba de algún modo la función de onda de dicha partícula que, en realidad ,no estaba en ningún lugar, sino en una nube de probabilidades y determinábamos la naturaleza de esta, que sería partícula u onda según lo que estuviésemos buscando. La consecuencia de lo anterior era que el observador influía en lo observado, y  así nació el principio de indeterminación.

Entonces, Erwin Schrödinger, intentando demostrar lo absurdo de las conclusiones de un estudio en el que él mismo había colaborado, publicó el experimento mental del gato que tanto dio que hablar. Puesto que la partícula que activaba el mecanismo que soltaba el veneno, pasaba y no pasaba por la rendija y rompía y no rompía la pipeta que contenía el veneno, el gato en cuestión estaba vivo y muerto hasta que se abría la caja. Su idea era ridiculizar la idea de indeterminismo pero consiguió todo lo contrario, ya que los experimentos realizados demostraban una y otra vez que el principio era correcto. Hoy usamos los GPS gracias a este disparatado principio.

Pero sería Everett quien plantearía una solución diferente, en realidad no era que el observador colapsara la función de ondas sino que provocaba un desdoblamiento de la realidad y el gato estaría vivo en un universo y muerto en otro. Lo cierto es que el desarrollo posterior de la física de partículas desembocaría en la necesidad de una realidad múltiple, constituida por múltiples universos, en los que se contendrían cada una de las posibilidades pensables sobre una realidad.

Claro que se podría objetar que no hay gatitos en el mundo de partículas y, ciertamente, no los hay; pero la necesidad de encontrar una simetría que explique una coherencia entre la física de partículas y la física macroscópica, respondiendo preguntas como ¿por qué se comporta de forma distinta el mundo físico de las partículas y el nuestro?; porque, si el universo, como parece más probable, se originó en un Big Bang, o sea, de una gran explosión desde una partícula que se expandiría hasta convertirse en lo que hoy conocemos (y lo que no) ¿en qué punto cambió ese comportamiento?, dicho de otro modo ¿cuándo o a qué tamaño una partícula deja de ser tal y pasa a regirse por la física que conocemos como normal? Todas estas preguntas llevaron a los físicos a postular que en realidad no hay dos físicas, pero que el indeterminismo tiene menor probabilidad de traspasar la lógica según el objeto de la misma sea más grande.

¿Que cómo afecta esto a lo que planteábamos al principio, a la mayor factibilidad de una vida eterna que a un tiempo lineal? Un momento, que ya llegamos.

Pues resulta que si esto es así, deben darse, por necesidad, todas y cada una de las posibilidades pensables. Así lo postulaba la primera sentencia filosófica que conservamos, la sentencia de Anaximandro, que viene a decir que, para que se cumpla la ley natural, no pueden existir excepciones y todo lo posible debe ser real; esto significa que si una vida eterna es pensable, debe existir en alguno de esos universos.

Ya sé que la lógica de cualquiera de los lectores de este artículo empujaría a decir, pero eso es imposible porque lo prohíbe la ley física; las cosas se deterioran y mueren y no es posible otra cosa. Pero es que resulta que la realidad es mucho menos lógica y más loca de lo que imaginamos, o simplemente no se rige en absoluto por nuestra lógica y es nuestro ego quien determina que en nosotros esta la medida para determinar lo que es y no es lógico. Pensemos por un momento en un habitante de papelandia, un mundo en dos dimensiones donde no existe el volumen; en este mundo, si colocas un dedo sobre el papel, sus habitantes verían aparecer un circulo de la nada, al posarse, y desaparecer luego intentando. Intentad por un momento pensar la lógica de nuestro mundo desde la realidad de papelancia.

Como ejemplo de realidad de esa lógica tan ilógica que intento explicaros, dejadme que os presente un artilugio que es una realidad indiscutible en el procedimiento científico actual; se trata del microscopio de efecto túnel, invento por el que recibieron el Nóbel de Física los científicos Gerd Binning y Heinrich Rohrer. Bien, pues gracias a este artilugio se pueden manipular átomos de forma individual y esto posible gracias al principio de incertidumbre. El microscopio en cuestión consiste en una sonda que, a semejanza de una aguja de tocadiscos, explora una superficie, pero con una punta tan aguda que consiste en un solo átomo. Esta va pasando lentamente sobre el material a analizar. Una pequeña carga eléctrica se coloca en la sonda y una corriente fluye desde la sonda, a través del material, hasta la superficie que hay debajo. Cuando la sonda pasa sobre un átomo individual la cantidad de corriente varía y las variaciones son registradas.

Sin embargo, y aquí está lo interesante de la cuestión, los electrones no tienen energía suficiente para pasar de la sonda a través de la sustancia a la superficie subyacente, podríamos decir que es algo que está prohibido por las leyes de la física, como lo está caminar sobre el agua, y es aquí donde entra el principio de incertidumbre, pues gracias a él parece que hay una pequeña probabilidad de que los electrones en la corriente tunelen o penetren en la barrera, e incluso si esto está prohibido por la teoría newtoniana, ocurre y, de este modo, la corriente que fluye a través de la sonda es sensible a minúsculos efectos cuánticos en el material. (“La física de lo imposible” de Michio Kaku, pags. 45 y 46).

Luego el principio de indeterminismo implica que toda realidad pensable se dé, aunque las leyes de la física de esta realidad lo prohíban y una realidad donde exista la vida eterna es pensable. Pero recordemos que es quien efectúa la observación quien determina la realidad del elemento observado; la pregunta entonces es ¿es consciente el gato?, porque si es así, él mismo sería su propio observador y, por tanto, quien efectuara tal determinación. ¿Somos entonces nosotros quieres elegimos la posibilidad que experimentamos, de entre todas las existentes?. Ya sé, todo esto es indemostrable, pero no por ello menos interesante.

Se trata de hacerse preguntas que un día, tal vez, podamos responder y en este sentido se me ocurren varias: ¿determina la observación nuestra realidad?, ¿dejamos que otros observen nuestra realidad o somos nuestros propios observadores? y, si es así, ¿por qué elegimos lo que elegimos? ¿Elegimos desde la necesidad o desde la creencia de lo que es la realidad?, ¿podemos elegir algo que consideramos imposible? y, por último

¿Qué papel tiene la autoconsciencia en la elección de nuestra propia realidad?

Fascinante ¿no?

Os dejo algún enlace interesante:

Michiu Kaku

 

¿Cómo elegimos nuestra realidad?

Imaginad que el universo nos permite elegir nuestra realidad

¿Podemos comunicarnos con otros universos?

 

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