Las sandalias

El primer año, apenas dos meses después de conocerlo, me dijo que era su Princesa; me asusté, pero mi madre me reprochó que no supiera valorar mi buena estrella y callé.
El segundo año me dijo que era la reina de su casa y sería la madre de sus hijos. Me di cuenta de que reinaría sobre nada mío, pero no supe encontrar ningún registro de propiedad; sonreí y también callé.
El tercer año dio una fiesta y me pidió que me pusiera la diadema de su familia. Luego me colocó sobre un pedestal y me abrochó los zapatos de su bisabuela. Me dijo que era un honor calzar aquellas sandalias, tanto como una ofensa rechazarlas.
El cuarto año todos admiraban que bonito hacía aquella estatua de piedra presidiendo el salón principal.
El quinto hizo reformas y me guardó en el desván.

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