Tregua de Nochebuena – Un cuento de Navidad

  • Hola de nuevo a todos, hoy quiero acercarme, escalera en mano, para contaros un cuento de Navidad, este cuento se titula:

La tregua de Nochebuena:

 Sucedió el día de Nochebuena de 1914, durante la Primera Guerra Mundial, en la frontera Belga. Cuentan las crónicas que ese día, soldados de ambos ejércitos aguardaban, atrincherados, frente a frente, el momento de reiniciar las batallas que venían sucediéndose en días anteriores. Apenas cuarenta metros separaban las trincheras enemigas. De un lado soldados alemanes, del otro aliados franceses, ingleses y belgas, y entre ambas trincheras solo un campo de batalla sembrado con los cuerpos inertes de los soldados de ambos bandos, caídos durante las batallas.

Pero ese día había algo distinto en el ambiente. En las trincheras alemanas, varios soldados habían colgado algunos adornos en un abeto cercano, a modo de improvisado árbol de navidad. De pronto, un soldado salió de la trinchera alemana, blandiendo un pañuelo blanco entre sus manos. Tímidamente fue recorriendo los escasos veinte metros que lo separaban del centro de aquel espacio entre trincheras. Al llegar se agachó y depositó una cajetilla dorada de cigarrillos en el suelo.

Pasaron un par de minutos y otro soldado, inglés en esta ocasión, salió de su trinchera, pañuelo en mano, y se acercó también hasta aquel improvisado espacio de ofrendas, depositando en el suelo, en esta ocasión, una petaca con güisqui, y regalando al soldado alemán un tenso y tímido abrazo.

Durante los minutos que siguieron a estos gestos por parte de ambos bandos, poco a poco, todos los soldados, de uno y otro bando, fueron saliendo de sus trincheras y acercándose a aquel espacio para intercambiar las pocas cosas de las que disponían, e incluso mostrar a los hasta entonces enemigos, algunas fotos familiares.

Esa tarde-noche los soldados de ambos bando cambiaron sus fusiles por palas y dieron sepultura a los cuerpos de los caídos, sin importar el bando al que habían pertenecido, y lo hicieron usando el símbolo de la cruz, pues todos ellos eran cristianos. Luego jugaron un partido de fútbol, que ganaron los alemanes.

Lo más bonito de este cuento, sin duda, es que los hechos que narra sucedieron en realidad.

Seguramente, aunque eso las crónicas ya no lo cuentan, al día siguiente debieran continuar matándose entre ellos, pues eso es lo que estipulaban las normas prescritas por quienes no pisaban aquellas trincheras. Pero esa noche algo ocurrió en aquél campo de batalla, algo que para mí define mejor que ninguna otra cosa el espíritu de la Navidad.

Me gustaría que por un momento os detengáis a pensar en esto que acabo de escribir: porque hay que ser muy valiente para dar el primer paso. No digo yo que estar en una trinchera, fusil en mano, luchando contra otros soldados, apostados a escasos cuarenta metros, no sea difícil, seguramente yo sería absolutamente incapaz de hacerlo. Pero no me negaréis que, en cualquier situación, incluso en las más duras, como es el caso, siempre es más fácil seguir las directrices marcadas. Imaginaros en cambio a ese soldado, desafiando todas las normas, saliendo de la trinchera, blandiendo es pañuelo blanco, sin saber cual sería la reacción de aquellos hombres que se escondían delante de él, a quienes no conocía y de los que el poder les había dicho que eran sus enemigos. En un campo de batalla donde yacían, posiblemente, amigos suyos y también otros a quienes él mismo habría dado muerte tan sólo algunas horas antes. Imaginaros esos veinte pasos antes de dejar su pequeña cajetilla de cigarros en el suelo.

Posiblemente muchos de vosotros penséis que esta historia es digna de haberse escrito y reescrito muchas veces, que aquello debió contarse de boca en boca en los distintos países, como una de las historias románticas más representativas de la humanidad…

Y creedme que siento romper el hechizo, pero lo cierto es que esta historia no tiene un final feliz, y es que aquellos soldados cometieron el más terrible de los crímenes, el de escuchar el espíritu real de las palabras de ese Jesús al que seguían, por encima de las normas que les imponían.

Al parecer, según pudo averiguar algún historiador seducido por este cuento, pocos días después, aquellos soldados alemanes fueron enviados al frente del este, a sufrir las duras condiciones del invierno en las inmediaciones de la estepa siberiana, como castigo por semejante atrevimiento. Mientras, algunos soldados franceses fueron pasados a fusil, también por el mismo motivo.

¡Que no lo entendéis!, pues permitidme que os diga entonces que os queda bastante por comprender.

Simplemente aquello que ocurrió en la frontera belga, un 24 de diciembre de 1914, fue de lo más peligroso que podía sucederle al poder. Algo que no podían permitir.

Si queréis que os cuente mi verdad, os diré que, en mi opinión, Jesús de Nazaret existió y fue el ser más extraordinario que ha pisado jamás este planeta. Para mí, fue un hombre extraordinario, valiente y profundamente revolucionario. Y, sí, si me preguntáis sobre si creo en su divinidad, os tengo que contestar que sí, que también creo que era Dios. Aunque quizás deberíamos recordar aquí que fue él quien dijo que también nosotros éramos dioses. Así que tal vez deberíamos comenzar indagando un poco más sobre el verdadero significado de tales afirmaciones.

En mi opinión era un ser despierto. Consciente de ser y formar parte de la consciencia creadora y modeladora del universo.

Creo además que no murió por blasfemo ni porque hubiese trasgredido las normas de su sociedad. Que si hubiese sido un peligroso criminal, tal vez se hubiese librado de tan duro castigo. Pues muerte, armas y miedo son los elementos naturales que esgrime y controla el poder.

Jesús murió porque era peligroso. Igual de peligroso que quienes quisieron poner en práctica el espíritu de su mensaje dieciocho siglos más tarde, sobre un campo de batalla en la frontera belga.

Si hacemos la revolución con las armas, y aunque en el proceso caigan algunos exponentes del poder político y social, estos solo serán considerados por el mismo como bajas colaterales, sustituibles en cualquier caso, y nosotros no estaríamos saliéndonos del guión.

Pero ¿hay algo más peligroso para el poder que pensar que podemos actuar, pensar y sentir al margen de sus directrices?, ¿qué podemos poner al ser humano por encima de las normas e intereses que ellos marquen?, ¿que sus métodos para insuflar odio y miedo en nuestras conciencias, no son ni suficientes ni eficaces?

Quiero dejar claro que no estoy haciendo una defensa de ninguna institución religiosa, de hecho apostaría a que el mencionado Jesús tampoco lo hizo.

Sin embargo creo que este es el momento de poner el espíritu por encima de la norma y escuchar de verdad.

Sé que se ha matado en su nombre, pero no con sus consignas, pues fue él quien dijo “Quién a hierro mata a hierro muere”. Él no mató, no animó a hacerlo ni justificó muerte alguna.

Sé que se han emitido muchos juicios en su nombre, pero no con su beneplácito, pues fue él quien dijo “Yo no he venido a juzgar a nadie”, “quién esté libre de pecado tire la primera piedra”, o “¿quién me erigió a mí juez sobre vosotros?”

Creo que el verdadero peligro de su persona y del espíritu de su mensaje, que se materializó en aquella tregua de la Navidad de 1914, reside en que, si no nos dejamos atar por las directrices del poder, si nos dejamos llevar por nuestro corazón, seremos hijos del reino y seremos indomables e invencibles.

Pues también fue él quien dijo “los hijos del reino son como el viento, puedes escuchar su rumor, pero nadie sabe de dónde vienen ni hacia dónde se dirijen”

¿EXISTE UNA REVOLUCIÓN MAYOR?

Pinchar imágenes para ver vídeos:

 

 

Si te gusta compártelo:Share on twitter
Twitter
Share on facebook
Facebook
Share on google
Google

2 comentarios en «Tregua de Nochebuena – Un cuento de Navidad»

  1. Francisco

    Hermoso relato, si esos gestos entre personas se dieran mas a menudo nuestra sociedad cambiaria, pero claro tambien en este caso a los gobernantes no les interesaria pues dejariamos de ser manipulados como simples marionetas y comenzariamos a ser lo que somos seres humanos con corazon y alma, incapaces de hacer daño,de odiar y de matar.

    1. Mercedes Rodríguez Autor

      Darse cuenta es el primer paso, y todo viaje, aunque sea de un millón de kilómetros, empieza siempre con el primer paso.
      Un abrazo.