El barco (abuela María, diez años de su muerte)

Cabo Cavoeiro fue un barco que permaneció varado en el muelle de la Sal de Sevilla, como carcel flotane y muerte segura para muchos, durante los primeros meses del 37.

Se cumplen diez de la muerte de María Seda Domínguez, mi abuela materna. El 18 de julio del 36 estalló la guerra que marcaría toda su vida. Otro 18 de julio, 72 años más tarde, al fin partiría poniendo rumbo a otras realidades.

Este texto va dedicado a ella.

EL BARCO

— No llores niña, no llores más, ¡que las lágrimas no van a hacer crecer pan en la alacena!

Venga chiquilla, que tenemos que coger la viajera. No se nos vaya a olvidar la talega.

Si pudiera acercarme al barco, ¿me dejarán pasar hoy?… un momentito na’más.

Pero no, que me van a dejar.

A ti sí; a ti te acercarán los soldados, como siempre. ¿Te darás cuenta tú de eso? Qué sé yo.

Dime: ¿cómo está?, ¿sigue tan guapo?, ¿te pregunta por mí?…

Dile que me acuerdo siempre, que ojalá estuviera aquí, que me hace mucha falta…

Anda calla, ¿qué vas a decir tú, si no sabes hablar? ¡Venga que se nos va a ir la viajera!

¡Ay mala sangre, que te has vuelto a mojar! ¡Me vas a quitar del mundo!

Perdona hija, no me hagas caso. Venga, que te pongo una gasa limpia y nos vamos.

Una vez más, como cada quince días, María dejó atrás su casa y caminó hasta la parada del autobús. Se fue con su niña en brazos y lo poco que había podido reunir metido en una talega, hecha con retales de sábanas rotas. Subió al vehículo que la dejaría en la estación de Cádiz y caminó hasta el Muelle de la Sal.

Pero ese día no encontró largas colas esperando para poder acercarse al barco.

Ese día no estaban los soldados que solían cortarle el paso.

— Calla niña: ¿nerviosa?, ¡qué voy a estar yo nerviosa! Que he dejado muchas cosas por hacer y que cada vez me cuesta más juntar dos los mendrugos de pan y un cacho carne membrillo que traerle a tu padre. Que no son buenos tiempos, na’más.

Mientras recorría la explanada las preguntas se atropellaban en su mente y la sangre golpeaba con fuerza sus sienes: Porque ese día no encontró más que un muelle baldío y la figura del barco carbonero recortándose en la bruma.

Ese día la cárcel de hierro ennegrecido flotando en la nada y un soldado solitario sobre el desierto de hormigón helado: El soldado que le diría que allí ya no había nadie; que aquél a quien ella buscaba ya no estaba…; que ya no estaría…; que se los habían llevado.

¿Que dónde?…que se los habían llevado y nada más.

¿Que cuándo?… que se los habían llevado. Solo eso y nunca más.

—Vamos niña, no llores más, no se vayan a dar cuenta de que voy vomitando las entrañas, que la vida se me escurre entre las piernas.

Vamos hija, no llores más, que nadie sepa que me voy muriendo, que no se enteren que me han matao.

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