No le pidas peras al olmo

Hola de nuevo, estimados lectores y amigos.

Hoy a duras penas alcanzo a encontrar un huequito para poder escribiros algunas líneas, sin embargo he creído importante haceros llegar esta reflexión, al menos eso es lo que he creído entender en las señales de cosmos. ¿Os sorprende? tal vez al final de este escrito podáis entenderlo con mayor claridad.

A veces, por obvias, hay cosas de las que no hablamos, sin llegar a entender que no para todo el mundo tienen tanta claridad.

Por ejemplo, sabemos que una licuadora nos devolverá el mismo producto que nosotros introduzcamos en ella, eso sí, ligeramente modificado. Como damos esto por sabido, a nadie se le ocurre advertir, ¡cuidado, si quieres zumo de naranja debes echar naranjas, no se te ocurra introducir plátanos.

Bien, pues esto que puede parecer del todo innecesario aclarar, observo que no resulta de tanta obviedad en otros ámbitos de la realidad.

Me explico:

A estas alturas, aunque solo fuese por la cantidad de veces que lo hemos podido escuchar, deberíamos saber que el universo está compuesto de energía y que esta energía se transmite en forma de ondas.

En este blog, a lo largo de sus cuarenta entradas, hemos ido reflexionando sobre su naturaleza, funcionamiento y las consecuencias que de ambas se pueden ir deduciendo.

Hemos hablado de la vibración y el sonido, de la ley de resonancia, también de que como es arriba es abajo o de la transformación de la energía.

En definitiva, que quien haya leído hasta aquí, los escritos y entradas precedentes, ya debería estar familiarizado con la «licuadora y su funcionamiento». Sin embargo, aún me sorprendo observando a personas que no paran de introducir plátanos por la abertura superior, mientras se quejan de que no salga zumo de naranja por el orificio de salida. Observo sus caras de sorpresa mientras se quejan amargamente de la injusticia de tal hecho .

El ejemplo más visual que se me ocurre en estos momentos para explicar lo que sucede con los acontecimientos de nuestra vida, es un estanque de agua calma y cristalina. Si nos sentamos en su orilla y nos dedicamos a arrojar a su superficie distintos objetos, descubriremos que cada objeto va a influir de distinta forma en el agua. Si arrojamos una piedra, densa y pesada, veremos como forma ondas grandes y densas que llegarán hasta nosotros, pudiendo incluso llegar a desbordar el propio estanque, empapándonos a su paso. Sin embargo, si lo que arrojamos es una ramita o una hoja, creará delicadas ondas que no desvirtuarán la naturaleza y belleza del estanque, si acaso lo adornará multiplicando los reflejos del sol sobre su superficie.

Todo resultaría mucho más sencillo si entendiésemos esta sencilla verdad, el universo es como una onda, un búmeran que nos devuelve las consecuencias de nuestra propia realidad.

¿Qué cuales son los objetos que tenemos para arrojar a su superficie? Nuestros actos, palabras, sensaciones, creencias….

Así que en lo que respecta a nuestro particular estanque, podemos tomar alguna de las siguientes decisiones: Podemos dejarlo tal cual no interfiriendo ni creando onda alguna limitándonos a observarlo, podemos querer adornarlo con una hoja del árbol de la sonrisa para que nos devuelva pequeñas ondas luminosas de alegría o podemos lanzar pesados ladrillos de miedo, pero no podemos esperar lanzar la dura roca de la envidia y esperar recibir suaves ondas de generosidad.

Esto que os cuento sucede en muchísimas ocasiones. Ignoramos cómo funcionan las cosas y cuando recibimos lo que no queremos, buscamos a quien culpar en lugar de preguntarnos si arrojamos cosas que no debíamos haber lanzado.

Si nos parásemos a pensar con objetividad, tal vez nos diésemos cuenta de que hemos escuchado a aquella vecina, que hoy se queja amargamente del egoísmo y la falta de generosidad de la gente, advertir a su hijo de que no debía dejar sus juguetes tan alegremente porque se los perderían o romperían.

Seguramente observaríamos también que aquel hombre al que siempre encontramos en el centro de salud, y del que nos compadecemos pues parece que la mala suerte y la enfermedad no quieren concederle tregua alguna, lleva media vida lanzando piedras de ideas y palabras de enfermedad a su estanque.

Seguro que incluso hemos podido observar a quien se queja continuamente de las quejas de los demás. Aunque desde luego, siempre es más fácil darnos cuenta de todas estas cosas observándolas en los demás, pero ¿Y en nosotros?

Siempre hemos creído que la enseñanza «No pidáis peras al olmo» se refería a lo que podíamos esperar de otros, según su entendimiento y capacidad.

Pero ¿y si nos replanteamos su significado?, al fin y al cabo resulta mucho más lógico pensar que se refiere al juicio sobre nosotros mismos, sobre todo teniendo en cuenta que proviene de alguien que repitió muchas veces que no venía a juzgar a nadie.

Permitidme pues que concluya esta entrada con un pasaje de uno de mis libros favoritos

Resulta que en el planeta del principito había, como en todos los planetas, hierbas buenas y hierbas malas. Por lo tanto buenas semillas de hierbas buenas y malas semillas de hierbas malas. Pero las semillas son invisibles. Duermen en el secreto de la tierra hasta que a una se le antoja despertarse. Entonces se estira, y extiende tímidamente hacia el sol una encantadora ramita inofensiva. Si se trata de una ramita de rábano o de rosal, se la puede dejar crecer como quiera. Pero si se trata de una maleza, hay que arrancarla en seguida, en cuanto se la pudo reconocer. Ahora bien, había unas semillas terribles en el planeta del principito… eran las semillas de baobab. El suelo del planeta estaba plagado de ellas. Y de un baobab, si uno se deja estar, no es posible desembarazarse nunca más. Obstruye todo el planeta. Lo perfora con sus raíces. Y si el planeta es demasiado pequeño, y si los baobabs son numerosos, lo hacen estallar.

«Es cuestión de disciplina, me decía más tarde el principito. Después de terminar la higiene matinal, hay que hacer con cuidado la limpieza del planeta. Hay que obligarse regularmente a arrancar los baobabs en cuanto se los distingue de los rosales, a los que se parecen mucho cuando son muy jóvenes. Es un trabajo muy fastidioso, pero muy fácil.»

Y un día me aconsejó esforzarme en lograr un buen dibujo, para meter bien esto en la cabeza de los niños de mi tierra. «Si algún día viajan, me decía, esto les puede servir. A veces no hay problema en dejar el trabajo para después. Pero en caso de tratarse de baobabs, es siempre catastrófico. Conocí un planeta habitado por un perezoso. Había ignorado tres arbustos…»

baoba

Y con las indicaciones del principito, dibujé el planeta en cuestión. No me gusta adoptar un tono moralista. Pero el peligro de los baobabs es tan poco conocido, y los riesgos a correr por quien se pudiera perder en un asteroide tan considerables, que por una vez hago excepción a mi reserva. Digo: «Niños !Tengan cuidado con los baobabs!» Es para advertir a mis amigos sobre este peligro cercano, desconocido para ellos tanto como para mí, que trabajé tanto en este dibujo. La lección brindada bien valía la pena. Ustedes se preguntarán quizá: Por qué no hay en este libro otros dibujos tan grandiosos como el dibujo de los baobabs ? La respuesta es muy simple: lo intenté pero no lo pude lograr. Cuando dibujé los baobabs estuve animado por un sentimiento de urgencia. «EL PRINCIPITO» (Cap. 5)

Por último quisiera compartir con vosotros algo increíble, quizás una prueba más de que no existen límites en este universo más que aquellos que nuestra mente quiera poner, y por tanto, a nuevo paso en el camino de diluir esos límites, el universo te muestra nuevas barreras que es posible derrumbar.

En mi vida he tenido en mis manos muchos tréboles de cuatro hojas, tantos como para pulverizar cualquier tipo de estadística. También los he tenido de cinco hojas, y me han enseñado un nuevo nivel de conciencia en las personas. Pero nunca había encontrado uno de seis hojas…. Pero que yo no haya sido capaz de mover montañas no significa que no sea posible.

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