El faro de las orcas o ¿qué estamos haciendo del ser humano?

Hola a todos de nuevo. He titulado la entrada de hoy “El faro de las orcas o ¿qué estamos haciendo del ser humano?”. Tal vez este título os resulte un tanto desconcertante, pero quedaos un poco y seguro que lo entendéis enseguida.

Como decía, hoy es esta película la que me acerca hasta vosotros, o más concretamente un programa que analizaba las circunstancias de las que trata este film.

Me acerco en esta ocasión hasta esta nuestra particular escalera para compartir con vosotros mi estupefacción y tristeza por algo que he estado escuchando esta misma mañana y que me impele a reflexionar y sorprenderme a partes iguales.

Permitidme que comience por el final y os haga participe en primer lugar de mi sorpresa para, a ser posible, poder reflexionar juntos después.

En el programa al que me refería, se hablaba del poder terapéutico de algunos animales, y se analizaban casos concretos que venían a certificar el beneficio, patente y parece que bastante increíble, que la interacción de enfermos con animales como el perro, el caballo o los leones marinos, parece producir. Estos nada desdeñables beneficios van desde la recuperación de un coma hasta el notable avance en cuanto a la expresión de sus emociones por parte de chicos autistas.

No, no es que me sorprenda que la interacción con animales pueda proporcionar tales beneficios. A través de un amigo estaba al corriente de la terapia equina, y conozco muchos casos que confirmarían esta realidad. Lo que realmente me sorprende es que nadie indague sobre los motivos por los que estas terapias producen tales beneficios y, sobre todo, y esto es lo más grave, que nadie haya llegado a preguntarse por qué la interacción con otros seres humanos no aportan beneficios parecidos a estos enfermos. En definitiva, ¿nadie se pregunta qué diantres estamos haciendo con del ser humano?

Os ruego que no veáis en esta sorpresa, ni en la ulterior reflexión, ningún tipo de rechazo hacia los animales. Al contrario, tal vez solo creo que debiéramos mirarnos en su espejo para hacernos algunas preguntas.

Me explico y, ahora sí, me meto de lleno en la reflexión a la que me refería:

Lo que de verdad me sorprende y acerca de lo que quiero reflexionar, es sobre el hecho de que al preguntar o indagar sobre los motivos de tales beneficios en la interacción de personas enfermas con animales, podemos confirmar que estos efectos no dejan de ser una prolongación de los beneficios que esta interacción suele producir en las personas sanas; solo que multiplicados exponencialmente en base a la sensación de dependencia, miedo o vulnerabilidad que la enfermedad añade a las circunstancias personales de cualquier ser humano. Me refiero a la sensación, por parte del enfermo, de encontrar en esa interacción un cariño incondicional, que no lo juzga y que no lo trata de forma condescendiente por estar enfermo. En definitiva, un ser con el que se pueden mostrar completamente libre de condicionamientos y de quien reciben un cariño sin reservas. Los enfermos tratados con estas terapias aseguran encontrar en esta interacción motivación para superar su dificultad y una sensación clara de felicidad.

Tendréis que convenir conmigo en que lo realmente preocupante, no es que se pueda conseguir tales beneficios de la interacción con animales, lo preocupante es que no se puedan conseguir estos mismos beneficios en la interacción con otros seres humanos.

No sé vosotros, pero yo no puedo menos que preguntarme: ¿Qué estamos haciendo de la especie humana, para que otro ser humano no pueda encontrar la cercanía y el cariño que necesita en estos casos?, ¿en qué nos está convirtiendo esta sociedad para que no seamos capaces de acercarnos a alguien, en algunos de estos transces de especial vulnerabilidad, y transmitirle la empatía que necesita? Es más, ¿cuál es la diferencia en nuestra interacción con alguien enfermo o con alguien sano? Supongo que solo que la persona sana puede activar sus barreras y defenderse de esta falta de empatía.

A mí estas noticias no solo me transmiten admiración por estas especies que sí que son capaces de suplir nuestra deficiencia, me provoca, sobre todo, una tristeza infinita y una sensación de pobreza absoluta.

No deja de resultar irónico, porque, por mucho que seamos capaces de llegar a otros planetas o, en su caso, a otras galaxias, si no somos capaces de llegar al alma de nuestros semejantes ¿dónde diantres creemos estar llegando? En serio, si los animales son capaces de mostrar más humanidad que nosotros y seguramente para cualquier otro cometido las máquinas sean mucho más eficaces; tal vez resultemos bastante prescindibles.

Mirad, a mí me ha llamado mucho la atención la explicación que daba una terapeuta infantil que trabaja con perros. Decía que el grupo con el que estaba trabajando estaba compuesto de niños de un taller de lectura que tenían dificultad para expresarse. Explicaba que esa dificultad era producto, básicamente, del miedo a que se rieran de ellos, a que los juzgaran o a que no los aceptaran, y que cuando le leían a Nel (la perra), la actitud de los chicos cambiaba por completo. En este punto, el entrevistador le preguntó: «Bueno y ¿qué hace Nel?», a lo que la terapeuta contestó con algo que a mí me pareció demoledor, dijo exactamente «Nel ESTÁ, simplemente ESTÁ»

Sí, simple y demoledor, sin duda: la perra ESTÁ, la pregunta es ¿y nosotros?, ¿ESTAMOS nosotros?

 

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