Siempre hay respuesta

Hola de nuevo, hoy me asomo a estos 36 escalones por un motivo especial.

Hace años que comparto con vosotros reflexiones, pero nunca hasta ahora había contado algo tan personal.

¿Por qué ahora?, pues veréis, en estos momentos hay alguien, un hombre de especial importancia para mí, que pasa un invierno frío.

Sí, frío porque aunque la climatología no acompañe, no hay nada que hiele tanto por dentro como la duda, el miedo y la incertidumbre.

Este para mí es uno de estos casos donde me gustaría que mis pensamientos y sentimientos fueran una especie de archivo en DVD que pudieses insertar en un reproductor ajeno, aunque solo fuese por unos minutos.

Como os decía, nunca hasta ahora había hablado de algo tan personal, pero hoy voy a contar eso que ayer, en mi última entrada titulada ¿Por qué lo permites? llamaba mis pequeñas verdades.

Esta, como cualquier otra pequeña verdad, puede ser susceptible de opiniones, y seguramente muchos de vosotros las podréis considerar solo como increíbles y afortunadas casualidades dignas de colgar en algún anecdotario. Sin embargo podéis apostar a que nada de lo que escribo a continuación inventa, pone o quita ni una coma a lo que yo he experimentado y vivido como una absoluta verdad.

Dicho esto y retomando el hilo de lo importante, como decía, hay una persona en estos momentos que busca una respuesta, un apoyo, una guía y que, como la gran mayoría de los seres que pueblan este mundo, siente que no hay consuelo ni respuesta para él.

Sin embargo, esa respuesta existe, pero cuando el remitente no encuentra el buzón donde dejar el mensaje, suele buscar algún otro buzón donde depositar la misiva a fin de que esta termine llegando a su destinatario final. En este papel me he encontrado yo con frecuencia a lo largo de mi vida, sobre todo de los últimos trece años.

En este caso, sentí que debía enviar un mensaje de esperanza a esa persona, y por supuesto así lo hice.

Como muchos de vosotros ya conoceréis, suelo acompañar mis mensajes con una pequeña plantita que para mí se ha convertido en sello y símbolo de los mensajes más importantes, así que busqué el trébol que debía acompañar mi mensaje.

En una maceta que tengo en la ventana que comunica mi cocina con el jardín de mi casa encontré un trébol de cuatro hojas y enseguida sentí que ese debía ser el compañero de mi mensaje. Era pequeño, pero pensé cogerlo junto con otro par de tréboles mayores de tres hojas para hacer una bonita composición. Cuando fui a separarlo de su tallo observé otro trébol de cuatro hojas junto a este primero, pero este era tan diminuto que casi no se veía, sabía además que tan pequeño y tierno me costaría pegarlo de forma que se pudiera observar con claridad. Sin embargo yo sentí que debía incluirlo en mi composición, a pesar de que tengo tréboles mucho más grandes y vistosos. A mi mente acudió el pasaje de la semilla de mostaza, la más pequeña de todas, que sin embargo cuando crece se convierte en un árbol que sirve de abrigo a los pájaros del cielo. Cuando fui a cogerlo entró un mensaje en mi whatsapp y decidí leerlo antes de enfrascarme en mi delicada tarea. El texto que leí, procedente de una amiga, me sacó una sonrisa, lo incluyo más abajo, al final de esta entrada.

Por fin fui a coger mi pequeño trébol, con mucho cuidado para no romperlo en el proceso, y justo al lado descubrí algo sorprendente.

Jamás antes había encontrado algo parecido, creí que se trataba de dos tréboles entrelazados, pero al revisarlo con más atención pude comprobar que no, que se trataba de un trébol de siete hojas (lo he fotografiado en varias posiciones para que se pueda ver con claridad, es complicado ya que las hojas parecen estar dispuestas unas hacia delante y otras hacia atrás como si se tratase de dos tréboles unidos por su reverso. El de abajo además de completar sus tres hojas en forma de corazón, completa su dibujo con otra pequeña hoja de una sola curva que completa los siete pétalos.

Como ya os he dicho, cada cual puede encontrar una explicación para lo que acabo de contar, pero en mi corazón tiene un significado muy concreto, a esto es a lo que yo llamo una respuesta. Para mí, el cielo quería que hiciera lo que hice y por ello me contesta con algo que yo no pueda considerar casual en absoluto.

Esto que os cuento me ha ocurrido hoy mismo, pero quiero contaros otra cosa que me ocurrió hace ya más tiempo y que jamás hasta ahora había contado en ningún lugar, más que a algunas personas muy cercanas y de forma muy íntima.

De lo que voy a contaros ahora han pasado ya casi nueve años.

Nos habíamos comprado una autocaravana y decidimos pasar parte de las vacaciones en Asturias. Corría el 2007 y era año jacobeo, así que, entre otras cosas, fuimos a visitar Santo Toribio de Liébana.

Yo compré un puñado de cruces de madera. ¿Que por qué?, pues porque eso es lo que yo suelo hacer, seguir mis impulsos sin hacerme demasiadas preguntas, quizás porque intuyo que tal vez no sea suficientemente inteligente como para mejorar mentalmente lo que la intuición quiso dibujar, y en ese momento tuve el impulso de comprar aquellas cruces. Cuando llegué a casa las repartí entre amigos y familiares, y tras distribuir todas las que estimé conveniente, me quedó una que no sabía a quién adjudicar.

Pasó cerca de un año y la cruz aún estaba en el mismo lugar en el que la había dejado. Entonces comencé a soñar con un cura de mi pueblo.

No entendí aquello, no suelo frecuentar las iglesias y hacía años que no veía a aquel hombre, además hacía tiempo que se había marchado de mi localidad.

Soñé varios días seguidos y siempre que lo hacía, luego, como en un extraño bucle, pensaba en la cruz de Liébana.

Decidí entonces que tenía que encontrarlo y entregársela, pero ¿cómo?, no tenía ni idea de dónde comenzar a buscar.

Pregunté, pues en un pueblo siempre se conoce a gente que está al día de estas cosas, y me enteré de que se había trasladado a la iglesia de La Magdalena, en Sevilla. También conseguí su teléfono y entonces también supe que llevaba años luchando contra un cáncer.

Lo llamé, pero no me cogió el teléfono ni me devolvió la llamada. Varios días después, mientras paseaba, para despejarme un poco, por el exterior de mi trabajo, lo volví a intentar, pero tampoco en esa ocasión me cogió el teléfono. Justo después de colgar, recibí una llamada, era mi hermano.

El sobrino de su novia, de ocho añitos llevaba más de un año luchando contra una leucemia. Existe una estrecha relación entre mi familia y la de mi cuñada, así que cuando le diagnosticaron la enfermedad e ingresó en oncología yo había ido a visitarlo. Aquél día le habían puesto el tratamiento de quimioterapia y se sentía muy mal, tenía dolor de cabeza y nauseas. Instintivamente coloqué una mano sobre su cabeza y él fue relajándose hasta adormilarse. Después le diría a su madre que se había sentido mucho mejor cuando yo había hecho aquel gesto, así que en mi siguiente visita le prometí que iría a verlo todos los lunes, que era cuando recibía el tratamiento.

Estuve visitando oncología del hospital infantil todos los lunes durante un año.

En el momento de recibir la llamada de mi hermano hacía dos meses que le habían dado el alta tras un trasplante de médula, después de que sus marcadores hubiesen sido correctos en repetidas ocasiones. La llamada era para informarme de que acababa de sufrir una grave recaída, así que la noticia fue un jarro de agua helada para mí.

El pequeño murió tres días después y yo sufrí la mayor crisis de mi vida. Aún hoy me cuesta recordar aquello sin que mis ojos se inunden de lágrimas. Me enfadé con Dios y olvidé al cura y la cruz.

Solo el sentimiento de que esto que cuento pueda ser útil a alguna gente me anima a contarlo aquí y ahora.

La cruz permaneció en casa otro año más aproximadamente. Entonces, de pronto, un día empecé a soñar de nuevo con aquel cura. No quise volver a llamarlo pero me enteré de que mantenía amigos en mi población y que solía visitarlos de vez en cuando, así que decidí colgarme la cruz al cuello y esperar a encontrarme con él. Pensé que si de verdad tenía que entregársela surgiría la ocasión.

No recuerdo si ese mismo día o al día siguiente, mientras hacía algunos recados, me encontré con una amiga con quien suelo quedar en parejas para tomar alguna cerveza de vez en cuando.

Le pregunté si les apetecía salir ese sábado, pero ella me contó que ese día irían a la iglesia de La Magdalena a bautizar a la hija de su sobrina, pues ella era muy amiga del cura en cuestión.

Aquello me sorprendió. No lo pensé, me quité la cruz y se la entregué con el ruego de que buscara la ocasión para entregársela. Le pedí también que le contara que hacía un año que lo había llamado para hacérsela llegar, pero que él no había respondido a mi llamada ni me la había devuelto. Que ahora encontraba la ocasión de entregársela y que “él seguramente sabría mejor que yo el motivo”.

Mi amiga se quedó con la cruz y unos días después, cuando le pregunté por lo que había sucedido, me contó que se había acercado tras la misa y le había dicho lo que yo le había pedido para luego entregarle la cruz. Mi amiga se había sorprendido con su reacción, tanto que me preguntó si yo había hablado con él con anterioridad a aquel día. Al parecer había cogido la cruz y se había quedado mirando a mi amiga, luego, sonriendo, la había guardado en un bolsillo y le había dicho simplemente “yo sé por qué”.

¿Sabéis qué creo? Creo que él había pedido una respuesta al cielo y creyó que el cielo nunca le había respondido. En esos momentos supo que el cielo sí le había contestado, solo que él no había cogido el teléfono.

A veces creemos que no recibimos respuestas cuando en realidad lo que ocurre es que no estamos atentos a las señales.

El cielo siempre responde, aunque a veces tal vez no de la forma que esperamos. Meditar significa estar alerta, despierto, presentes en la vida que sucede.

Hoy me decido a escribir esto aquí, porque creo que hay mucha gente que necesita respuesta y cree no obtenerla, creo que hay mucha gente que necesita que le digan que siempre hay respuesta, solo hay que cuidar que no nos encuentre demasiado ocupados ni con tanto miedo como para no coger la llamada.

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Un hombre entró en un local y vio a un señor en el mostrador, maravillado con la belleza del lugar, preguntó:
Señor, ¿qué se vende aquí?
-Los dones de Dios- le respondió el señor.
-¿Cuánto cuestan?- volvió a preguntar
-No cuestan nada! Aquí todo es gratis!
El hombre contempló el local y vio que había jarros de amor, paquetes de esperanza, mucha sabiduría, fardos de perdón, paquetes grandes de paz y muchos otros dones.
El hombre, maravillado con todo aquello, pidió:
-Por favor, quiero el mayor jarro de amor, varios paquetes de esperanza y todos los fardos de perdón que tenga para mí, mis amigos y familia.
Entonces, el señor preparó todo y le entregó un pequeño paquete que cabía en la palma de su mano.
Incrédulo, el hombre preguntó:
-Pero, ¿cómo puede estar aquí todo lo que pedí?
Sonriendo, el señor le respondió:
-En este local no vendemos frutos, sólo semillas. ¡Plántelas!

Sembrar es el mensaje para el nuevo año.

Feliz siembra y mejor cosecha.

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4 comentarios en «Siempre hay respuesta»

  1. Montserrat

    Porque eres una de las personas más nobles que he conocido en mi vida, solo se que siempre estas ahí en el momento preciso. siempre en el momento preciso, eres un ángel.

    1. Mercedes Rodríguez Autor

      Mi niña, todo lo que nos rodea no es mas que un reflejo de nuestro propio ser interior, y si tu andas viendo ángeles, pues por algo será ¿no?
      Gracias preciosa, un abrazo.

  2. Carlos

    Querida amiga, yo diría más aún. Siempre hay señales, aunque no hayan preguntas. El problema es que raramente estamos atentos. A veces incluso oímos lo que nos dicen pero pensamos que esa persona no tiene un nivel adecuado respecto a nosotros para darnos consejo o explicaciones; pobres de nosotros.
    A veces he quedado asombrado por cómo alguien me ha dicho algo tremendamente útil y preciso que necesitaba oír, cuando a esa persona claramente le faltaba información sobre mí.
    Eso mismo podemos aplicarlo en sentido inverso. A veces alguien me cuenta algo, y me viene una idea a la cabeza, y no tengo ni idea de si es algo que le va a ser útil, pero cada vez más me obligo a contarle ese pensamiento. Pienso que hay una forma de inspiración intuitiva que hace que los mensajes nos lleguen, bien directamente, bien a través de otros, así que en la medida que puedo, transmito ese mensaje.
    Dicen los sufíes que cada instante tiene una enseñanza para nosotros. La cuestión es, ¿estamos atentos a la enseñanza de cada instante? Hoy le decía a un buen amigo que estar atentos es la diferencia entre vivir dormidos o despiertos.

    Un abrazo.

    1. Mercedes Rodríguez Autor

      Entiendo perfectamente eso que me cuentas, y sí, creo que esa es exactamente la cuestión.
      Nada más y nada menos.
      Gracias amigo, un abrazo.